Reportaje
Amor sin fronteras
Janire Sainz / Bilbao - 10/12/2014

Tras meses y meses de agonía por pisar tierra española, Tete Barrigah-Benissan llegó a Ceuta en noviembre de 2011. Los primeros segundos en lo que es el “país de las oportunidades” son críticos para los africanos que vienen a España huyendo de la extrema pobreza en la que está sumido su continente. Tete es uno de esos pocos inmigrantes que han tenido la suerte de no haber sido devueltos al otro lado de la frontera poco después de caer desplomados de cansancio en la tan soñada arena europea.
Después de probar suerte en Lérida y Madrid, en el bilbaíno albergue de Elejabarri el togoleño se topó con un “conocido” que le acompañó a lo que iba a ser la solución a todos sus problemas: el centro de recursos africanistas “Crea África” de San Francisco.
En esta asociación recibió cursos de formación y de idiomas, además del calor familiar que toda persona necesita cuando no ha tenido más remedio que dejar atrás lo poco que hasta entonces tenía. Pero eso no fue lo único que encontró; y es que en Izarne descubrió algo más que unas simples clases de castellano.
Hicieron falta dos años y medio para que la mecha se encendiese entre alumno y profesora, lo suficiente para conocerse a la perfección y forjar una confianza que precise de mucha fuerza para romperse. Quizá esa sea una de las razones por las que los cinco meses que llevan viviendo juntos, junto a su perro Zuri y Aiade, la hija de Izarne, de cinco años, hayan pasado como un suspiro.
“En ningún momento ha habido problemas en la convivencia por proceder de distintas culturas”, aclara Izarne Castillo. “Nos conocemos desde hace bastante tiempo y nuestras diferencias nunca han sido tan fuertes como para que haya un choque cultural”. Y es que esta pareja ha tenido la suerte de que ni siquiera la comida marque la diferencia: “A mí siempre me ha gustado la comida africana, que tiene mucho picante y Tete…¡Tete come de todo!” cuenta la vasca entre risas, mientras cruza una mirada de complicidad con el africano.












Tete (tongoleño) e Izarne (vasca) posan en su casa. // Fotos: Nagore Vivanco
Actualmente subsisten con los ingresos que Izarne aporta como trabajadora social y con lo que Tete consigue traer de vez en cuando de alguna que otra “chapucilla” que hace como fontanero; algo que no preocupa a la mujer: “Nunca he sentido que estoy manteniendo a alguien, siempre está haciendo algo. ¿Que ahora mismo aporto yo más? Bueno, ya aportará él en su momento, eso lo tengo claro”.
Pero si conseguir un trabajo hoy en día es tarea difícil para los españoles, para una persona de fuera lo es más: “Aquí vienes para buscar una vida mejor, pero la propia ley de extranjería no permite la integración. Si no tienes permiso de residencia no puedes trabajar, pero para sacar el permiso, tienes que estar tres años empadronado, o sea que durante tres años no puedes hacer nada”, explica Tete.
La situación de “estar atrapado” la comparten miles de inmigrantes en Bilbao, y es que la educadora social lidia con este problema casi todos los días: “Cuando no se tiene un papel, no hay ninguna posibilidad de regular la situación, eso no es un delito, es tan solo una falta administrativa. El problema es que para conseguir los papeles, tienes que estar al menos tres años en la ciudad o tener un puesto de trabajo”.
Un simple papel es lo único que le falta a Tete para estar completamente integrado en la sociedad bilbaína, de la que opina lo mismo que otro español cualquiera: “Son muy cerrados, pero en cuanto entras en su círculo de confianza, son amigos para toda la vida”. “Además se ha ido a topar con alguien de izquierdas y abertzale”, interrumpe Izarne, “así que está aún más metido en la cultura”.
Una pareja que nunca deja de luchar por la igualdad y la erradicación de fronteras entre las personas, que, según ellos, las marca la ignorancia. Por ello en enero comenzarán a dar los primeros pasos para la creación de una asociación que respalde a los togoleses, y que dé a conocer la cultura de Togo en Bilbao por medio de actividades abiertas a todos los públicos. La unión hace la fuerza, y cuando se juntan dos almas luchadoras como las de Izarne y Tete es cuando se ve posible la llegada del día en el que todo el mundo vea, como la más pequeña de la casa, “a personas, no a razas”.